Para mi amigo El Farabute
Cuando hayas caído por todo abismo imaginable y te hayas abrazado a todo infierno posible. Y cada una de tus angustias, una por una hayas bebido, íntimamente hasta el fin, una y otra vez. Sin dar la espalda al cáliz, apurándolo con rabia infinita, con infinita ternura. Sin detenerte, con temor y temblor pero con firme, decida e inevitable autofagia ritual...Y devorándote a ti mismo, pedazo por pedazo, con ansia famélica y celeste de consumirte hasta consumarte, de calcinarte, de perderte hasta Encontrarte. Hasta el ultérrimo anonadamiento, cuantas veces sea posible y necesario. Y reintegrándote una y otra vez. Aún cuando todas las chances jueguen en tu contra. Precisamente cuando el universo entero y la matemática toda pareciesen estar en contra. Cuando todas las potestades infernales o celestes pareciesen arrojarse sobre ti a un tiempo todas, disputándose el botín de tus despojos, dispuestas a quién sabe qué ritual interminable, a qué absurdo laberinto o juego calcinante. Y una y otra vez te les enfrentes, con espanto, con delirio, con dolor y con congoja. Con los dientes apretados y la carne hecha jirones, con muñones o guiñapos en las manos. Pero siempre en pie, aunque cayendo permanente, en vigilia pertinaz e indispensable. Cuando todos los dioses hayan sido amados y odiados por ti, reinventados y muertos cuantas veces lo hayas dispuesto. Cuando tus ojos de tanto mirar estén ya ciegos de luz y de sombra, y con desnudas pupilas contemples en paz los templos y las ruinas. Tan amorosamente vivo como amorosamente muerto. Imposible de definir. Absolutamente incalificable. Sin deseo ya de definir o clasificar. Desnudo. Un punto atravesado por todas las rectas imaginables. Dinámicamente inmóvil. Entonces, yo te llamaré mi Hermano.
De mi novela "Y Juramos con Gloria Morir", Manuel Gerardo Monasterio
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